El profesor de esgrima
Claude,
es el nombre de mi primer amor. Nos conocimos con 12 años en el baile del pueblo. Era el mes de agosto
en la Francia profunda del Midi-Pyrénees, un pequeño pueblo de la campiña, una
bonita fiesta de verano.
Nos habíamos mirado durante tres días y la última
noche me pidió bailar juntos. El último baile de la velada, la canción balada
para los enamorados. Él puso sus manos en mi cintura, yo puse mi rostro contra
su hombro derecho y mi corazón estaba loco como el péndulo de un reloj en la
fiesta de Fin de Año. Pero el tiempo pasaba y él no parecía tener el coraje
para dar el paso decisivo. Podía sentir el perfume robado a su papá, su olor de
adolescente tímido, su miedo de niño contra mi pecho de muchacha.
La magia
amenazaba con terminar al fin de la canción y yo, para evitar el fracaso del
baile, levanté mi cabeza y le di un beso en los labios. Terminamos sobre el
césped como si San Francisco pudiera incendiarnos. Al día siguiente, terminé
mis vacaciones en el pueblo. Fue la última vez que vi a mi querido Claude.
Hoy es otro Claude el que me besa en el cuarto de baño de un hotel. Su
lengua en mi cuello, sus manos en mi cintura, su peso contra mis nalgas. A
veces me da la vuelta, su boca alrededor de mis senos. Es un loco encuentro, no
había nada previsto en mi plan de la noche pero bailaba tan bien que me dejé
llevar hasta el punto en el que nos encontramos ahora.
En este momento, con la cabeza fría y el alcohol
desapareciendo, empiezo a arrepentirme del momento de debilidad que me ha
conducido a tener sexo con este desconocido Claude. Pero me besa sensualmente,
su saliva que resbala, su barba que me cosquillea, sus ojos contra el reflejo
del espejo y pienso en el césped seco del verano, en la orquesta despidiéndose,
en los fuegos artificiales en el cielo del mes de agosto, en una noche perdida
en la Francia profunda… y llega el orgasmo.
Claude ríe y yo podría volver a besarlo una vez más,
antes de marcharme como una Cenicienta que ha perdido más de lo que querría. Sin
embargo, río con él, porque no estamos solos en la habitación y siento vergüenza,
él no se da cuenta de ello y me toma por una coqueta, por una zorrita pícara y
descarada. Se equivoca.
.Claude
comparte habitación de hotel con Jean-Michel. Justo al lado, él duerme después de la gran
celebración de anoche. Jean-Michel es una celebridad de esgrima en Marsella y
Claude es su preparador. Jean-Michel es la razón por la cual yo estoy aquí, en
Barcelona. El periódico local para el que trabajo me ha enviado para seguir su
aventura en los Juegos Olímpicos. Mañana, más bien hoy, tengo una cita con él
después de que haya ganado la medalla de bronce en esgrima, es la entrevista
más importante de este viaje.
Jean-Michel está solo para le entrevista, su coach
se excusa, un inconveniente de última hora. Jean-Michel sonríe sin
saber nada sobre mí. La
conversación pasa rápido, ligera, como cualquier conversación deportiva. Una
bonita primera página en el diario local.
No pensaré más en este encuentro cuando llegue a mi
habitación de hotel, cuando recoja mis cosas, prepare mi maleta, me marche a
Marsella. Puede que piense en ello cuando esté en el tren, cuando llegue a casa
con mi marido y mis hijos. Seguro que pensaré en Claude cuando camine descalza
sobre el césped mojado, sobre la blanca arena de una noche de verano.
Claude, Claude era el nombre de mi primer amor de
infancia.
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