Viaje a la luna
Valentina lenvantó
la vista despistada. Vladimir la miraba interrogante tras sus gafas
de concha negra. Valentina confesó que se había
enamorado perdidamente de Tolstoi. Julia sonrió, desde que,
una semana antes, su amiga había conocido al ingeniero, andaba
siempre en las nubes.
El tiempo corría
en su contra. Tenía sólo un fin de semana antes de que
él se marchara, antes de que ella y sus dos compañeros
iniciaran la misión, pero Valentina no se atrevía a
insinuarse.
Vladimir tomó la
iniciativa, levantó el grueso teléfono de la sala de
reuniones y marcó el número del móvil de
Tolstoi.
―¿Tolstoi? Soy yo, Vladimir.
Tenemos un problema de última hora, necesitamos tu consejo.
Tan sólo que supervises unos planos ―con
el auricular levantado las dos mujeres seguían de cerca las
excusas de Tolstoi.― Lo
sé compañero, sé que te marchas al extranjero,
ya sé que estás con los preparativos...lo entiendo ―el
joven contestaba apresurado.―
Claro, claro, tu compañero Petrov también nos
sería de gran ayuda. No te preocupes le diré a Julia y
Valentina que vendrá él.
― ¿Valentina? ―dijo
la voz con sorpresa, al otro lado del teléfono.―
¿Ella también está en el proyecto? ―su tono
había tomado otro matiz, más armonioso y delicado,
suave y espectante.― ¿Puedo hablar con ella?―preguntó
presuroso.
Vladimir
le pasó el auricular a Valentina que a penas podía
controlar el batir tembloroso de su labio inferior.
―Hola ―dijo ella como toda respuesta, tímida y acelerada.
―¿También
te vas? ―susurró Tolstoi apenado.
― Sí.
Nos vamos los tres. El martes salimos para la Luna ―dijo, dejándose
llevar por el deseo de los besos delineantes del ingeniero, por su
sonrisa estrusca de vocales semi-abiertas, por el momento carnal de
una única noche, por el sigiloso guiño de poeta recién
llegado.
Valentina lenvantó la vista
despistada. Vladimir la miraba interrogante tras sus gafas de concha
negra. Valentina descubrió de repente que aún le
quedaban fantasías por cumplir pero era demasiado perezosa.
Julia inició el repaso del viaje a la Luna, cada detalle era
importante, en dos días desembarcarían en el satélite.
El despegue fue un éxito. El
ingeniero Tolstoi presenció el acontecimiento en su nuevo
despacho del extranjero. Sentado en su blanco sillón miraba el
cohete con la mente perdida en los pechos de Valentina.
Me ha gustado, la foto es genial, ¿Qué hará ahora Tolstoi sin Valentina?Debería haberse apuntado al viaje. Besos
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